La primera palabra que existió
no sabía viajar. La pobre vivía sola, encerrada en una cabecita. Aparecieron
más palabras, y tampoco sabían viajar. Hasta que un día conocieron una boca
y le pidieron ayuda. La boca escogió a una y sopló con gran fuerza. Y aquel
fue el primer viaje de una palabra, y la elegida fue “mamá”.
Muchas otras palabras
aprendieron a viajar así. Saltaban felices de las bocas a las orejas volando a
través del aire. Pero pronto se dieron cuenta de que nunca llegaban muy
lejos. Como mucho, con el mayor de los gritos y el viento a favor, algunos
cientos de metros ¿Cómo iban a conocer así el mundo con lo grande que es?
Pasaron años y años antes de
que conocieran a unas chicas increíbles. Eran 27 amigas que se hacían llamar
Letras, y se ofrecieron a vestir a cada palabra de forma distinta, para que
al viajar se las reconociera fácilmente. Ellas no sabían volar por el aire,
pero conocían al señor Lápiz, capaz de pintar cualquier cosa en cualquier
sitio. Sin embargo, Lápiz nunca encontraba buenos lugares para que las
palabras viajaran, y a menudo escribía sobre rocas y árboles que nadie podía
mover, dejando a las palabras allí atrapadas para siempre.
Y entonces, cuando las
palabras estaban a punto de rendirse y aceptar que nunca podrían viajar lejos,
conocieron al señor Papel. Era ligero y se movía rápido, pero aguantaba firme
mucho más que el aire. Era la forma perfecta de viajar.
Y así en el papel el lápiz
escribió letras, que formaron palabras, que pudieron viajar al otro lado del mundo sin
perderse. Y lo que en un principio solo había en la cabeza de unas personas
pudo llegar a muchas otras a las que ni siquiera conocían, inventando una
maravillosa forma de hacer viajar las palabras que cambiaría el mundo para
siempre: la lectura.