martes, 31 de mayo de 2016

TOLERANCIA



CUENTO: EL OREJON
Era su segundo día de clase. Henry se sentó en el primer pupitre del aula, al lado de la ventana, como le recomendó su mamá. La profesora entró en clase y les dijo "buenos días". Hoy vamos a estudiar algunos animales. Comenzaremos con el asno, ese animal tan útil a la humanidad, fuerte, de largas orejas, y...
- ¡Como Henry!, la interrumpió una voz que salía de atrás del salón.
Muchos niños comenzaron a reír ruidosamente y miraban a Henry.
- ¿Quién dijo eso?, preguntó la profesora, aunque sabía bien quién lo había dicho.
- Fue Quique, dijo una niña señalando a su lado a un pequeñín pecoso de cinco años.
- Niños, niños, dijo Mily con voz enérgica y poniendo cara de enojo. No deben burlarse de los demás. Eso no está bien y no lo voy a permitir en mi salón.
Todos guardaron silencio, pero se oía algunas risitas.

Un rato después una pelota de papel goleó la cabeza de Tomás. Al voltear no vio quien se la había lanzado y nuevamente algunos se reían de él. Decidió no hacer caso a las burlas y continuó mirando las láminas de animales que mostraba Mily. Estaba muy triste pero no lloró. En el recreo Henry abrió su lonchera y comenzó a comerse el delicioso bocadillo que su mamá le había preparado. Dos niños que estaban cerca le gritaron:
- Orejón, oye orejón, no comas tanto que va a salirte cola como un asno, y echaron a reír.
Otros niños a su alrededor lo miraron y tocando sus propias orejas, sonreían y murmuraban. Henry entendió por primera vez, que de verdad había nacido con sus orejas un poco más grandes. 'Como su abuelo Manuel', le había oído decir a su papá una vez.
De pronto se escucharon gritos desde el salón de música, del cual salía mucho humo. Henry se acercó y vio a varios niños encerrados sin poder salir, pues algún niño travieso había colocado un palo de escoba en los cerrojos.
A través de los vidrios se veían los rostros de los pequeños llorando, gritando y muy asustados. Dentro algo se estaba quemando y las llamas crecían.
Los profesores no se habían dado cuenta del peligro, y ninguno de los niños se atrevía a hacer nada. Henry, sin dudarlo un segundo, dejó su lonchera y corrió hacia la puerta del salón y a pesar del humo y del calor que salía, agarró la escoba que la trababa y la jaló con fuerza. Los niños salieron de prisa y todos se pusieron a salvo.
Henry se quedó como un héroe. Todos elogiaron su valor. Los niños que se habían burlado de él estaban apenados.
En casa, Henry contó todo lo sucedido a su familia, por lo que todos estaban orgullosos de él. Al día siguiente, ningún niño se burló de Henry. Habían entendido que los defectos físicos eran sólo aparentes, pero en cambio el valor de Henry al salvar a sus compañeros era más valioso y digno de admirar.
FIN
Cuento de Álvaro Jurado Nieto (Colombia)

EL NIÑO Y LOS CLAVOS – VALOR TOLERANCIA




Había una vez un niño con mal carácter. El padre le entrego una valija con clavos y le ordenó que cada vez que perdiera la calma clavase uno en la parte de atrás del cerco.

El primer día el niño martilló 37 clavos en el cerco. Y de a poco fue disminuyendo la cantidad. Descubrió que era más fácil no perder la calma que clavar clavos en el cerco.

Finalmente llego el día en que el niño no perdió la calma en ningún momento.

Le contó a su padre y éste le sugirió que cada vez que no perdiese la calma sacara un clavo.

Los días pasaron y el niño le pudo decir a su padre que todos los clavos se habían ido.
El padre tomó a su hijo de la mano y lo llevó hasta el cerco. Le dijo.

 “Hijo, has actuado bien, pero observa los agujeros en el cerco. El cerco nunca será el mismo. Cuando dices cosas enojado, dejan un herida como ésta. Puedes introducir un cuchillo en un hombre y sacarlo. No importa cuántas veces digas lo siento, la herida permanecerá. Una herida verbal es tan mala como una herida física”


Mensaje: “Concede a tu espíritu el hábito de la duda, y a tu corazón, el de la tolerancia” – Georg Christph Lichtenberg


miércoles, 11 de mayo de 2016


Invitación "Iglesia Sagrado Corazón"

Encuentro de alabanza y adoración Eucarística 
Hermana Glenda