CUENTO: EL OREJON
Era su segundo día de clase. Henry se sentó en el primer pupitre del aula,
al lado de la ventana, como le recomendó su mamá. La profesora entró en clase y
les dijo "buenos días". Hoy vamos a estudiar algunos animales. Comenzaremos con el
asno, ese animal tan útil a la humanidad, fuerte, de largas orejas, y...
-
¡Como Henry!, la interrumpió una voz que salía de atrás del salón.
-
¿Quién dijo eso?, preguntó la profesora, aunque sabía bien quién lo había
dicho.
- Niños,
niños, dijo Mily con voz enérgica y poniendo cara de enojo. No deben burlarse
de los demás. Eso no
está bien y no lo voy a permitir en mi salón.
Todos
guardaron silencio, pero se oía algunas risitas.
Un rato después una pelota de papel goleó la cabeza de Tomás. Al
voltear no vio quien se la había lanzado y nuevamente algunos se reían de
él. Decidió no hacer caso a las burlas y continuó mirando las láminas de
animales que mostraba Mily. Estaba muy triste pero no lloró. En el recreo Henry
abrió su lonchera y comenzó a comerse el delicioso bocadillo que su mamá le
había preparado. Dos niños que estaban cerca le gritaron:
-
Orejón, oye orejón, no comas tanto que va a salirte cola como un asno, y
echaron a reír.
Otros
niños a su alrededor lo miraron y tocando sus propias orejas, sonreían y
murmuraban. Henry entendió por primera vez, que de verdad había nacido con sus
orejas un poco más grandes. 'Como su abuelo Manuel', le había oído decir a su
papá una vez.
De pronto se escucharon gritos desde el salón
de música,
del cual salía mucho humo. Henry se acercó y vio a varios niños encerrados sin
poder salir, pues algún niño travieso había colocado un palo de escoba en los
cerrojos.
A través de los vidrios se veían los rostros de
los pequeños llorando, gritando y muy asustados.
Dentro algo se estaba quemando y las llamas crecían.
Los
profesores no se habían dado cuenta del peligro, y ninguno de los niños se
atrevía a hacer nada. Henry, sin dudarlo un segundo, dejó su lonchera y corrió
hacia la puerta del salón y a pesar del humo y del calor que salía, agarró la
escoba que la trababa y la jaló con fuerza. Los niños salieron de prisa y todos
se pusieron a salvo.
Henry
se quedó como un héroe. Todos elogiaron su valor. Los niños que se habían
burlado de él estaban apenados.
En casa, Henry contó todo lo sucedido a su
familia, por lo que todos estaban orgullosos de él. Al día siguiente, ningún
niño se burló de Henry. Habían entendido que los defectos físicos eran sólo
aparentes, pero en cambio el valor de Henry al salvar a sus compañeros era
más valioso y digno de admirar.
FIN
Cuento de Álvaro Jurado
Nieto (Colombia)
EL NIÑO Y LOS CLAVOS – VALOR TOLERANCIA
Había una
vez un niño con mal carácter. El padre le entrego una valija con clavos y le
ordenó que cada vez que perdiera la calma clavase uno en la parte de atrás del
cerco.
El
primer día el niño martilló 37 clavos en el cerco. Y de a poco fue
disminuyendo la cantidad. Descubrió que era más fácil no perder la calma que
clavar clavos en el cerco.
Finalmente
llego el día en que el niño no perdió la calma en ningún momento.
Le
contó a su padre y éste le sugirió que cada vez que no perdiese la calma sacara
un clavo.
Los días pasaron
y el niño le pudo decir a su padre que todos los clavos se habían ido.
El
padre tomó a su hijo de la mano y lo llevó hasta el cerco. Le dijo.
“Hijo,
has actuado bien, pero observa los agujeros en el cerco. El cerco
nunca será el mismo. Cuando dices cosas enojado, dejan un herida como ésta.
Puedes introducir un cuchillo en un hombre y sacarlo. No importa
cuántas veces digas lo siento, la herida permanecerá. Una herida verbal es
tan mala como una herida física”
Mensaje: “Concede a tu espíritu el hábito de la
duda, y a tu corazón, el de la tolerancia” – Georg Christph
Lichtenberg
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