EL HOSPITAL PARA MAMÁS ESCACHARRADAS
La vida en el Hospital para Mamás Escacharradas era una verdadera locura.
- Acaban de traer a otra que está fatal. Su niño
lleva cuatro días sin comer verdura.
- Ponedla ahí, junto a la mamá que había sido vomitada diez
veces.
- No nos queda sitio, doctor, recuerde que ahí
íbamos a poner a la mamá de los gemelos, los que se despertaban cada hora
alternándose y no la dejaban dormir.
- Bueno, pues llevadla junto a la que jugaba al
fútbol con los muñecos de peluche y la que cantaba canciones infantiles incluso
dormida…
Y es que el hospital de mamás estaba a rebosar. Cada
vez venían más mamás y con enfermedades más raras. Los médicos no encontraban
curas: ni pastillas, ni inyecciones, ni vendas… nada funcionaba.
En medio de aquel ajetreo, llegó el ingreso más
inesperado. Una viejecita muy arrugada que estaba fatal.
- Señora, este es un hospital de mamás, aquí no puede estar. Tiene
que ir al hospital de abuelitas.
- ¡Que no! ¡Que me dejen! Estoy muy enferma y tengo que entrar
aquí…
- Pero abuela…
- ¡Que no me llame abuela! Yo también soy mamá… ¡soy la mamá
del director del hospital!
Y no mentía. Era la mamá del doctor Donoku Pado,
un famosísimo médico para mamás, así que los médicos dedicaron todos sus
esfuerzos a salvarla. Mil remedios, enfermeras, doctores, máquinas
costosísimas… pero nada. La abuelita, mejor dicho, la mamá del director, se
les moría. Tuvieron que interrumpir una reunión importantísima para avisar al
director de que tenía que bajar rápido o no llegaría a ver viva a su mamá.
Este bajó un poco contrariado, pero al ver el estado
de su mamá, tan enferma, hizo cuanto pudo para sanarla en el último momento. Tampoco
sus intentos dieron resultado. Finalmente, viendo que la perdía, se lanzó a
sus brazos, le dio un beso y le dijo:
- Gracias por todo lo que has hecho por mí.
Hasta aquel día había dudas sobre si el beso más curativo
fue el del príncipe a Blancanieves, o quizás el que recibió la bella durmiente.
Tonterías. Allí mismo descubrieron que ningún beso es tan poderoso como el de
un hijo agradecido; la anciana madre del director se puso en pie de un salto
con lágrimas de felicidad y dijo sonriente:
- Sinvergüenza, a ver si vienes a ver a tu madre más
a menudo.
Tras asistir a aquel milagro, todos en el hospital se pusieron
manos a la obra. Rápidamente llamaron a los hijos de las mamás que tenían
ingresadas y los pusieron en fila para que les dieran un beso, un abrazo, o
simplemente las gracias. Y todas se ponían buenas al instante,
porque por mucho que sufrieran por sus hijos, nada les hacía más felices que
recibir su cariño.
Y así, el hospital se quedó casi sin enfermas,
porque los únicos casos de madres ingresadas eran los de aquellas cuyos niños
se empeñaban en no ser cariñosos con ellas. Pero como son muy, muy poquitos,
ahora el bueno del doctor Donoku tiene muchísimo más tiempo para ir a ver a su
madre y mostrarle su cariño.