Actividades para desarrollar en familia.
Leer diariamente dos cuentos luego desarrolle en familia la actividad.
1.- El pozo
Un hombre cayó en un pozo, y no podía salir.
Una persona subjetiva pasó y le dijo: “Lamento que estés allí abajo”.
Una persona objetiva pasó y le dijo: “Era lógico que alguien se iba a caer en ese pozo”.
Un fariseo pasó y le dijo: “Sólo las personas malas caen en pozos”.
Un matemático calculó cuán profundo era el pozo.
Un periodista quería la historia exclusiva sobre la caída en el pozo.
Un inspector de Hacienda quiso saber si estaba pagando impuestos por el pozo.
Un vendedor dijo: “No has visto nada si no has visto mi pozo”.
Un predicador de plagas y castigos dijo: “Te mereces el pozo”.
Un científico observó: “El pozo está en tu mente”.
Un psicólogo dijo: “Tu padre y tu madre son los culpables de que estés en el pozo”.
Un optimista dijo: “Las cosas podrían ser peores”.
Un pesimista dijo: “Las cosas se pondrán peores”.
...
Un hombre compasivo no dijo nada, y le sacó del pozo.
2.- El espantapájaros
Un labrador muy avaro, que vivía en un lejano pueblo, era famoso por su avaricia. Ésta era tal que, cuando un pájaro comía un grano de trigo encontrado en el suelo, se ponía tan furioso que se pasaba el día oteando su huerto para que nadie lo tocara.
Tanto pensó en la amenaza de los pájaros que al fin concibió una idea: construir un espantapájaros que le ayudara eficazmente en el cuidado del huerto.
Con tres cañas hizo los brazos y las piernas, con paja configuró el cuerpo, una calabaza le sirvió de cabeza, dos granos de maíz para los ojos, una fresca zanahoria conformaba su nariz, y una hilera de granos de trigo componía su dentadura.
Cuando el cuerpo del espantapájaros estuvo a punto, le colocó un ropaje poco atractivo y lo hincó en la tierra. Le echó una mirada escrutadora y se percató de que le faltaba un corazón. Cogió el más sazonado fruto del ganado y se lo colocó en el pecho.
El espantapájaros quedó en el huerto, sometido al movimiento caprichoso del viento. Sin tardar mucho, un gorrión necesitado sobrevolaba muy bajito para buscar trigo en el huerto. El espantapájaros quiso cumplir con su oficio y trató de ahuyentarlo con sus desacompasados movimientos, pero el pájaro se colocó en el árbol y dijo:
―¡Qué buen trigo tienes. Dame algo para mis hijos!
―No es posible ―dijo el espantapájaros. Sin embargo, buscó una solución y la encontró: le ofreció sus dientes de trigo.
El gorrión, contento y conmovido, recogió los granos de trigo. El espantapájaros quedó satisfecho de su acción, aunque sin dientes.
A los pocos días, entró en el huerto un nuevo visitante muy interesado. Esta vez se trataba de un conejo. ¡Con qué ojos miró la zanahoria! El espantapájaros quiso cumplir con su deber de ahuyentarlo, pero el conejo, fijando su mirada en él, dijo:
—Quiero una zanahoria: tengo hambre.
El espantapájaros tuvo una corazonada y le ofreció su zanahoria. Luego dio rienda suelta a su alegría y quiso entonar una canción, pero no tenía boca ni nariz para cantarla.
Una mañana apareció el gallo madrugador, lanzando al aire su alegre quiquiriquí. Acto seguido, le dijo:
―Voy a prohibir a la gallina que alimente con sus huevos el estómago y la avaricia del amo, pues él les da poco de comer.
No le pareció bien al espantapájaros la decisión del gallo y le mandó que cogiera sus ojos, formados por granos de maíz.
―Bien ―dijo el gallo, y se fue agradecido.
A la hora del crepúsculo, oyó una voz humana. Era de un trabajador de la finca que había sido despedido por el labrador.
―Ahora soy un vagabundo —le dijo.
―Coge mi vestido, es lo único que puedo ofrecerte.
―¡Oh gracias, espantapájaros!
Ese mismo día, un poco más tarde, oyó llorar a un niño que buscaba comida para su madre. El dueño de la huerta la había despedido, sin atender a su necesidad.
―Hermano―exclamó el espantapájaros―, te doy mi cabeza, que es una hermosa calabaza.
Al amanecer, el labrador fue al huerto y, cuando vio el estado en que había quedado el espantapájaros, se enfadó tanto que le prendió fuego. Al caer al suelo su corazón de granada el labrador, riéndose, dijo:
―Esto me lo como yo.
Pero, al morder, experimentó un cambio: su corazón de piedra se convirtió en un corazón de carne.
En adelante, el huerto del labrador se convirtió en un vergel donde todos se recreaban con la hermosa nota del calor humano.
3.- La naturaleza del cielo
Un hombre, su caballo y su perro andaban por una calle. Después de mucho caminar, el hombre se dio cuenta de que los tres habían muerto en un accidente.
Hay veces que lleva un tiempo para que los muertos se den cuenta de su nueva condición. La caminata era muy larga, cuesta arriba; el sol era fuerte y los tres estaban empapados en sudor y con mucha sed. Precisaban desesperadamente agua. En una curva del camino avistaron un portón magnífico, todo de mármol, que conducía a una plaza calzada con bloques de oro, en el centro de la cual había una fuente de donde brotaba agua cristalina. El caminante se dirigió al hombre que dentro de una garita cuidaba de la entrada.
Buen día dijo el caminante.
Buen día respondió el hombre.
¿Qué lugar es este, tan hermoso? preguntó el caminante.
Esto es el cielo fue la respuesta.
¡Qué bien que hemos llegado al cielo! Tenemos con mucha sed dijo el caminante.
Puede entrar a beber agua a voluntad dijo el guardián, indicándole la fuente.
Mi caballo y mi perro también tienen sed.
Lo lamento mucho le dijo el guarda. Aquí no se permite la entrada de animales.
El hombre se sintió muy decepcionado, porque su sed era grande. Mas él no bebería, dejando a sus amigos con sed. De esta manera, prosiguió su camino.
Después de mucho caminar cuesta arriba, con la sed y el cansancio multiplicados, llegaron a un sitio, cuya entrada estaba marcada por un portón viejo semiabierto. El portón daba a un camino de tierra, con árboles a ambos lados que le hacían sombra. Debajo de uno de los árboles había un hombre recostado, con la cabeza cubierta por un sombrero, que parecía dormir.
Buen día dijo el caminante.
Buen día respondió el hombre.
Estamos con mucha sed; yo, mi caballo y mi perro.
Hay una fuente en aquellas piedras dijo el hombre indicando el lugar. Pueden beber a voluntad.
El hombre, el caballo y el perro fueron hasta la fuente y saciaron su sed.
Muchas gracias dijo el caminante al salir.
Vuelvan cuando quieran respondió el hombre.
A propósito dijo el caminante: ¿cuál es el nombre de este lugar?
Cielo respondió el hombre.
¿Cielo? ¡Pero si el guardián del portón de mármol me dijo que allí era el cielo!
Aquello no es el cielo; aquello es el infierno.
Entonces dijo el caminante, esa información falsa debe causar grandes confusiones.
De ninguna manera respondió el hombre. En verdad ellos nos hacen un gran favor, porque allí quedan aquellos que son capaces de abandonar a sus mejores amigos.
4.- Del jardín a la prisión
Hace mucho tiempo, el hambre asolaba la ciudad de Damasco... Ninguna lluvia caía del cielo sobre la seca tierra, los árboles se morían en los vergeles, las fuentes se agotaban, los bosques ya no tenían ni hojas ni frutos, las colinas estaban sin verdura y sin pájaros y los hombres se veían, por lo tanto, obligados a comer langostas.
En medio de esta general desolación, un hombre se encontró por la calle a uno de sus amigos. Era un gran personaje, lleno de honores y poseedor de una fortuna inmensa. Sin embargo, ya no conservaba más que los huesos y la piel, por lo que le manifestó su sorpresa:
— ¿Qué accidente —le preguntó— te ha puesto en estado tan lamentable?
Y su amigo le respondió:
— ¿No ves qué azote destruye la comarca? La miseria ha llegado a su apogeo; el cielo no deja caer la lluvia y la queja de los hombres no puede subir hasta el cielo.
— ¿Por qué te apuras? —Respondió el hombre—: Tú eres rico y no puedes, como los demás, morir en la miseria.
El amigo le dirigió entonces una mirada de lástima semejante a la que se dirige a los ignorantes, y le explicó:
—El hombre de corazón no permanece en la orilla cuando sus compañeros son arrastrados por la corriente; no es el hambre lo que hunde mis mejillas y da a mi frente el color del marfil: es la angustia por aquellos a quienes la miseria consume. El sabio teme más el sufrimiento de los demás que el suyo propio, y el hombre bueno debe siempre compartir el dolor de su prójimo. Cuando contemplo a mi alrededor a tantos desgraciados que perecen de hambre y de sed, tengo horror a los alimentos como se tiene horror al veneno.
»Un jardín lleno de luz y de pájaros pierde todo su encanto al pensar en el amigo que gime en una prisión húmeda y negra.
5.- Un ladrón en el cielo
Érase un ladrón que ya era muy viejo y no podía hacer su trabajo, de manera que se moría de hambre. Un hombre rico lo supo y mandó que le llevaran comida.
Sucedió que los dos murieron al mismo tiempo en un gran desastre natural. Cuando llegaron a la corte celestial, el hombre rico fue juzgado y condenado por numerosas faltas, de manera que se le mandó al purgatorio. Pero al llegar allí apareció un ángel diciendo que la sentencia había sido revisada, y se le mandó directamente al cielo. El ladrón a quien había ayudado ¡había robado la lista de sus pecados!
6.- La ayuda
Cierto día, caminando por la playa observé a un hombre que, agachándose, tomaba de la arena una estrella de mar y la tiraba al mar. Intrigado, le pregunté por qué lo hacía.
Estoy lanzando estas estrellas marinas nuevamente al océano me dijo. Como ves, la marea está baja y se han quedado en la orilla. Si no las arrojo al mar, morirán.
Entiendo le dije, pero debe haber miles de estrellas de mar sobre la playa. No puedes lanzarlas a todas. Son demasiadas. Y quizás no te des cuenta de que esto sucede probablemente en cientos de playas a lo largo de la costa. ¡No tiene sentido tu esfuerzo!
El hombre sonrió, se inclinó, tomó una estrella marina y, mientras la lanzaba de vuelta al mar, me respondió:
¡Para ésta sí lo tuvo!
7.- Dando la vida
Una niña llamada Liz sufría de una enfermedad rara y seria. Su única oportunidad de recuperación era una transfusión de sangre de su hermanito de 5 años, quien se había salvado milagrosamente de esa misma enfermedad y había desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla.
El médico le explicó la situación al hermanito, y le preguntó que si estaba dispuesto a darle sangre a su hermana. Lo vi vacilar un momento antes de respirar fuertemente y decirle: «Sí, lo haré si eso ayuda a salvarla».
Mientras progresaba la transfusión, se acostó al lado de su hermana y sonrió viendo cómo el color regresaba a sus mejillas. Entonces, el niño se puso pálido y su sonrisa desapareció. Miró al doctor y preguntó con una voz temblorosa: «Doctor, ¿moriré enseguida?»
El niño había malentendido al médico: pensó que le tendría que dar toda su sangre a su hermana para salvarla y que entonces él moriría.
8.- Remedio para la soledad
Un día de verano, un hombre se hallaba de excursión con sus hijos y llegó a una cabaña enclavada en un saliente rocoso. Detrás de una valla de estacas, una mujer de cabello blanco trabajaba en su jardín. Cuando se detuvieron a admirar sus flores, la mujer les dijo que vivía allí sola. Los niños, criados en la ciudad, la miraban admirados, y uno de ellos preguntó:
« ¿Qué hace usted cuando se siente sola?»
«Oh», respondió, «si me asalta ese sentimiento durante el verano, llevo un ramo de flores a algún recluso. Y si es invierno, salgo a dar de comer a los pájaros».
Un acto de compasión... ése era su antídoto para la soledad.
9.- El destino
Un discípulo se acercó a su maestro de sabiduría y le dijo:
Maestro, encontré a un caracol en la carretera, lo cogí y lo puse en mi jardín para que no fuera aplastado por lo coches.
El maestro respondió:
¡Idiota!, ¿cómo te atreves a perturbar el destino de esa criatura?
El discípulo se marchó avergonzado, volvió a su jardín y, tomando nuevamente al caracol, lo devolvió a la carretera.
Nuevamente volvió a su maestro y le dijo:
Maestro, devolví el caracol a su lugar para que se siguiera el curso de su destino.
El maestro le dijo otra vez:
¡Idiota!, ¿cómo te atreves nuevamente a perturbar el destino de esa criatura?
10.- La solidaridad (RABINDRANATH TAGORE)
Upagupta, el discípulo de Buda, estaba durmiendo en el suelo junto a la muralla de la ciudad de Mathura. Todas las lámparas estaban apagadas, todas las puertas cerradas, y el cielo sombrío de agosto ocultaba todas las estrellas.
¿Qué pies eran aquellos cuyas ajorcas tintineaban agitando su pecho de repente?
Se despertó sobresaltado y la luz de la lámpara de una mujer iluminó sus ojos indulgentes: era la bailarina, estrella de joyas nubladas por un manto azul pálido, embriagada del vino de la juventud.
Bajó la lámpara y vio el rostro joven y austeramente hermoso de Upagupta.
«Perdóname, joven asceta —dijo la mujer—, hazme la gracia de venirte a mi casa. El sucio suelo no es lecho para ti».
Upagupta respondió: «Mujer, tú sigue tu camino; que ya iré yo a buscarte cuando llegue la hora».
De repente, un relámpago hizo que la noche enseñara sus dientes. Gruñó la tempestad desde un rincón del cielo, y la mujer tembló de miedo.
Las ramas de los árboles que bordeaban el camino estaban doloridas por el peso de tanta flor. De lo lejos llegaban flotando en el aire cálido de la primavera las notas alegres de la flauta. Todo el gentío se había ido a los bosques, a celebrar la fiesta de las flores. Desde lo alto del cielo, la luna llena observaba las sombras del pueblo silencioso.
Upagupta paseaba por la calle solitaria, mientras por encima de él los cucos enamorados lanzaban desde las ramas del mango su queja desvelada. Atravesó las puertas de la ciudad y se detuvo en la base del terraplén.
¿Quién era aquella mujer tendida a sus pies a la sombra de la muralla, abatida por la peste negra, con el cuerpo cubierto de llagas, que habían arrojado a toda prisa de la ciudad?
El asceta se sentó a su lado, colocó en sus rodillas su cabeza, humedeció con agua sus labios y untó de bálsamo su cuerpo.
«¿Quién eres, que así te compadeces?», preguntó la mujer.
«Ha llegado por fin la hora en que debía visitarte, y aquí me tienes a tu lado», le contestó el joven asceta.
11.- El Paraíso
Hace algún tiempo, en un monasterio vivía un monje cuya vida transcurría entre la oración y el trabajo. El poco tiempo que le quedaba, lo invertía en ir a un hospital cercano, donde atendía y cuidaba de la gente necesitada que recalaba allí: ancianos, niños abandonados, enfermos... Había entrado muy joven en el monasterio, y en esa vida agotadora de oración, trabajo y servicio fueron pasando los años.
Un día, recibió la visita de un ángel de luz, que le dijo:
—Vengo a decirte, de parte de Dios, que tus días se han acabado. Vente conmigo al paraíso: tu labor en este mundo se ha cumplido.
Sin dejar de hacer sus faenas cotidianas, el monje replicó:
—No quiero parecer descortés, pero, ¿No podrías venir en otro momento? Todavía no he acabado de hacer la cena y, además, mañana tengo que atender a mucha gente en el hospital.
El ángel asintió, y se marchó. Pasó algún tiempo. El monje iba envejeciendo pero, a pesar de sus cada vez más menguadas fuerzas, seguía con su vida de siempre. Un atardecer, volvió a recibir la visita del ángel, y el monje volvió a excusarse, diciéndole que todavía no podía acompañarle, pues tenía muchas cosas que hacer.
Las visitas se repitieron algunas veces más, pero el monje siempre daba evasivas, y seguía con sus tareas. Hasta que un día, el monje se sintió muy viejo y muy cansado, y comprendió que, aunque quisiera, ya no podría seguir haciendo su vida de siempre. Por eso, cuando volvió a recibir la visita del ángel de la muerte, no se resistió, y le pidió que, ahora sí, le llevara por fin al paraíso, para poder descansar. Al oír su petición, el ángel le contestó:
—¿Que quieres ir ahora al paraíso? ¿Dónde te crees que has estado durante todos estos años?
12.- La vida eterna
El día llegará en que en un determinado momento un médico comprobará que mi cerebro ha dejado de funcionar y que, definitivamente, mi vida en este mundo ha llegado a su término.
Cuando tal cosa ocurra, no intentéis infundirle a mi cuerpo vida artificial con ayuda de alguna máquina, y no digáis que me hallo en mi lecho de muerte. Estaré en mi lecho de vida, y comprobad que mi cuerpo sea retirado para contribuir a que otros seres humanos hagan una mejor vida.
Dad mis ojos al desdichado que jamás haya contemplado el amanecer, que no haya visto el rostro de un niño; mi corazón a alguna persona a quien el suyo sólo le haya valido interminables días de sufrimiento.
Mi sangre dadla al adolescente rescatado de su automóvil en ruinas, a fin de que pueda vivir hasta ver a sus nietos retozando a su lado. Dad mis riñones al enfermo que debe recurrir a una máquina para vivir de una semana a otra. Para que un niño lisiado pueda andar, tomad la totalidad de mis huesos, todos mis músculos, las fibras y nervios de todo mi cuerpo.
Hurgad en todos los rincones de mi cerebro. Si es necesario, tomad mis células y haced que se desarrollen, de modo que algún día un chico sin habla logre gritar con entusiasmo al ver un gol, y que una muchachita gorda pueda oír el repiquetear de la lluvia en los cristales de la ventana.
Lo que quede de mi cuerpo entregadlo al fuego, y lanzad las cenizas al viento para contribuir al crecimiento de las flores.
Si algo habéis de enterrar, que sean mis errores, mis flaquezas y todos mis prejuicios contra mi prójimo
Si acaso quieren recordarme, hacedlo con una buena obra diciendo alguna palabra bondadosa a quien tenga necesidad de vosotros. Si hacéis todo esto que os pido, viviré eternamente.
13.- Compartiendo la felicidad (EUSEBIO GÓMEZ NAVARRO)
El preso nº 87 contemplaba los alrededores de la cárcel. Sus ojos se fijaron en un brote que nacía junto a la pared, debajo de su ventana…
«Ya tengo compañía… Regaré este brote todos los días, y me servirá de distracción».
Pasaban los días y la planta crecía. Al mes justo, empezó a echar los primeros brotes… Más tarde floreció. El preso nº 87 se sentía mejor. Empezó a darse cuenta que no había muerto en él la esperanza.
La emoción y la alegría inundaron su celda cuando la flor alcanzó su ventana. Pasó horas contemplándola de cerca, acariciándola con mimo, conversando… Así pasó una semana feliz y contento, extasiado con su compañía.
Pero un día, le nació la duda y la preocupación:
«Si la riego, pensaba seguirá creciendo y se marchará de mi ventana… Si no la riego, se me morirá; si la meto en mi celda, la verá el carcelero y la cortará…»
Preocupado, se movía de un lado para otro y gritaba los insultos aprendidos….
«¡Esto es un asco! ¡Yo siempre tengo mala suerte! ¡Estoy desesperado!»
De pronto oyó un ruido. Apresuró el paso a la ventana y se agarró con ansia a los barrotes. Alguien estaba regando su flor. Por la dirección del agua se dio cuenta que era el preso que vivía en la celda de arriba…
Sintió alivio a su preocupación, al mismo tiempo que le nacía por dentro una alegría nueva: alguien necesitaba una flor, mientras que él ya había sido feliz una temporada.
La liberó de los barrotes de su ventana y la animó a seguir subiendo.
14.- El buen samaritano
Alberto conducía su nuevo automóvil, un gran Mercedes, a mucha velocidad, porque ese día iba a llegar tarde al trabajo. Estaba disfrutando el andar majestuoso de su flamante Mercedes Benz, rojo brillante, una de sus más apreciadas posesiones, cuando, de repente, un ladrillo se estrelló en la puerta de atrás.
Alberto frenó el coche con un chirrido de cubiertas nuevas y dio marcha atrás hasta el lugar de donde había salido el ladrillo. Se bajó del coche y vio a un niño en la acera. Fue hacia él, le agarró, le sacudió y le gritó muy enfadado:
—¿Qué demonios estás haciendo? ¡Te va a costar caro lo que le hiciste a mi coche! ¿Por qué tiraste el ladrillo?
El niño, llorando, le contestó:
—Lo siento, señor, pero no sabía qué hacer: mi hermano se cayó de su silla de ruedas y está lastimado... no lo puedo levantar yo solo. ¡Nadie quería detenerse a ayudarme!
Alberto sintió un nudo en la garganta. Fue a levantar al joven y ponerlo en su silla de ruedas, mirando con detenimiento sus heridas. Eran unas raspaduras sin mucha importancia, y vio que no estaba en peligro.
Mientras el pequeño de 7 años empujaba a su hermano en la silla rodante hacia su casa, Alberto se dirigió lentamente a su Mercedes, pensando con seriedad en lo que le había sucedido.
Pasaron días y semanas, pero no quiso llevar el coche a repararlo, sino que dejó la puerta como estaba, para recordar siempre que no debía ir por la vida tan de prisa que alguien tuviera que tirarle un ladrillo para llamar su atención.
¿Qué tal contigo? ¿Has recibido algún ladrillo últimamente de alguien que está tal vez muy cercano a ti y que necesita tu ayuda?
15.- Se cosecha lo que se siembra
Un noble inglés le debía un favor a un agricultor, y fue a visitarlo para recompensarle.
—No, yo no puedo aceptar una recompensa por lo que hice —respondió el agricultor, rechazando la oferta.
En ese momento, el hijo del agricultor salió a la puerta de la casa de la familia.
—¿Es ese su hijo? —preguntó el noble.
—Si —respondió el agricultor lleno de orgullo.
—Le voy a proponer un trato: Déjeme llevarme a su hijo y ofrecerle una buena educación. Si él es parecido a su padre crecerá hasta convertirse en un hombre del cual usted estará muy orgulloso.
El agricultor aceptó. Con el paso del tiempo, el hijo de Fleming el agricultor se graduó en la Escuela de Medicina de St. Mary's Hospital en Londres, y se convirtió en un personaje conocido a través del mundo, el notorio Sir Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina.
Algunos años después, el hijo del noble inglés cayó enfermo de pulmonía. ¿Qué lo salvó? La penicilina.
El nombre del noble inglés era Randolph Churchill. Su hijo se llamaba Sir Winston Churchill.
Alguien dijo una vez: «Siempre recibimos a cambio lo mismo que ofrecemos».
Actividades básicas
1. Encuesta:
a) Define lo que es, en tu opinión, la solidaridad.
b) ¿Cuál es la mejor forma de ayudar? Escribe números: 1 en la que tú creas que es la mejor, luego un 2 en la siguiente, etc.
Ayudar a los amigos y familiares, porque ellos nos quieren____
Ayudar a cualquier persona que necesite, sin que nos lo pida, y sin pedir nada a cambio____
Ayudar a cualquier persona, cuando nos lo pida____
Ayudar solamente cuando sabemos que nos van a devolver el favor____
Hay que ayudar porque, si no lo hacemos, nadie nos ayudará cuando necesitemos nosotros____
Hay que ayudar, pero solamente a quienes nos ayudan_____
c) ¿Eres solidario con tus compañeros? Escribe algunas cosas que hagas para ayudarles.
d) Escribe alguna acción que hayas hecho para ayudar a alguien, que no sea familiar ni compañero tuyo.
e) ¿Te han ayudado alguna vez? Escribe algún ejemplo.
f) ¿Conoces a gente que necesite ayuda? ¿Qué tipo de ayuda crees que necesitan? ¿Cuál es tu postura ante esto?
g) ¿Cuál es la razón más importante por la que tú crees que debemos ser solidarios?
h) ¿Estás de acuerdo con la frase que dice que «todos los hombres somos hermanos»? ¿Por qué?
2. Define los siguientes conceptos relacionados con la solidaridad:
Altruismo – Filantropía - Humanitarismo
3. En el cuento 1, ¿con qué personaje de los que pasan por el pozo te identificas?
4. ¿En qué cuentos se expresa el mensaje de que la mejor solidaridad consiste en dar la vida por los demás?
5. ¿Crees que también tenemos que ser solidarios con los animales?
6. Escribe tu opinión sobre la frase: «Un jardín lleno de luz y de pájaros pierde todo su encanto al pensar en el amigo que gime en una prisión húmeda y negra».
7. ¿A qué cuento crees que puede aplicarse la frase que dice: «Quien salva una vida, salva al mundo entero»?
8. Explica lo que, a tu parecer, es el destino. Después, reflexiona sobre el mensaje del cuento número 12: ¿crees que con nuestra ayuda podemos cambiar el destino de las personas?
9. ¿En que cuento se expresa la idea de que la verdadera solidaridad consiste en dar sin pedir nada a cambio? Razona tu respuesta.
10. Con mucha frecuencia, ser solidarios significa que tenemos que sacrificarnos por los demás. Da tu opinión sobre los sacrificios solidarios que aparecen en algunos de los cuentos.
11. Realiza una composición plástica donde expreses tu idea de la solidaridad.
12. Comenta las siguientes frases:
- La obra humana más bella es la de ser útil al prójimo. (SÓFOCLES)
- No hay más que un modo de ser felices: vivir para los demás (LEÓN TOLSTOI)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.